PASTOR, que con tus silbos amorosos
Me despertaste del profundo sueño;
Tú, que hiciste cayado dese leño
En que tiendes los brazos poderosos;
Vuelve los ojos a mi fe piadosos,
Pues te confieso por mi amor y dueño,
Y la palabra de seguirte empeño
Tus dulces silbos y tus pies hermosos.
Oye, Pastor que por amores mueres,
No te espante el rigor de mis pecados,
Pues tan amigo de rendidos eres;
Espera pues, y escucha mis cuidados;
Pero ¿cómo te digo que me esperes,
Si estás para esperar los pies clavados?
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